El culpable de la traducción es Leo Maslíah.
La ilustración es de Cecilia Rodriguez.

William cerró la puerta de su garage. Las normas de seguridad eran claras: abrir solamente para entrar o retirar el coche, y manteniéndose herméticamente guarecido por sus vidrios blindados. ¡Los accidentes no se hacían rogar! Dos días antes, a dos calles del lugar, un sujeto había sido abatido por dos malvivientes por haberse apeado imprudentemente de su vehículo. Lo bajaron enseguida por haberse bajado demasiado pronto, sonrió William. Pero a él no lo sorprenderían así. Se atenía a las normas al pie de la letra. Sólo era perder un poco de tiempo para no perder la vida. Ahora, la puerta estaba cerrada y el detector de vidas humanas indicaba una sola presencia en los alrededores, la de Hillary, que debía de estar en su cuarto, a juzgar por la distancia registrada. William vació su lata de Coca-Loca y la arrojó en el triturador. Apagó el motor y salió del automóvil.
Entró a la casa, se quitó la americana y llamó:- ¡Soy yo, querida! ¿Alguna novedad?
- Ninguna. ¿Tu trabajo?
- Todo O.K.
El diálogo de todos los días; o, más bien, la misma ausencia de diálogo. William entró al living y encendió la televisión. El partido había comenzado. Fue a la cocina y abrió el refrigerador. La mejor manera de empezar la velada, pensó: un buen partido y una lata de Coca-Loca bien fresca, la mejor bebida del mundo, el hallazgo al que los americanos debían su formidable expansión de principios de siglo. Si sólo pudiéramos producir algo semejante, pensó William, no estaríamos en la mierda en la que estamos. Todos seríamos ricos y no habría más vagos esperando el momento de rebanarte la garganta por unos pocos millones de dólares con los que pagarse una Coca-Loca antes de recomenzar. Al menos, deberíamos obtener de la O.N.U. el derecho a cultivar la coca. Pero la O.N.U. está copada por los americanos y jamás permitirá la menor competencia.
Sumido en sus pensamientos, William prácticamente había vaciado su lata. Bebió el último sorbo y sacó otra del refrigerador. Con ella se instaló en su sillón, frente al televisor.
Era en verdad una bebida condenadamente buena, de las que aguzan el espíritu: nada mejor para estar alerta a las faltas cometidas en el partido de, las dieciocho horas.
¡Condenados americanos! Habían logrado imponer en todo el mundo su deporte favorito y su indispensable bebida. Sin embargo, había sido un médico estadounidense el primero en llegar a la fórmula de Coca-Loca, según lo había afirmado un programa de televisión.
"Y se autoproclaman los americanos, siendo que yo soy tan americano como ellos", se dijo amargamente William. "Colombianos de mierda! ¡No por ser los dueños del mundo tienen derecho a usurpar el nombre de un continente!"