Parte de un discurso de Fabre d'Eglantine en la Convención

Hemos buscado como aprovechar la harmonía imitativa del idioma en la composición y la prosodia de esas palabras y en el mecanismo de sus desinencias: de tal manera que los nombres de los meses que componen el otoño tienen un sonido grave y una medida media, los del invierno tienen un sonido pesado y una medida larga, los de la primavera un sonido alegre y una medida breve, y los del verano un sonido sonoro y una medida larga.

Así los tres primeros meses del año, que componen el otoño, toman su etimología, el primero de las vendimias que tienen lugar en setiembre y en octubre: ese mes se llama vendémiaire. El segundo de las neblinas y de las brumas bajas que son, si así me puedo expresar, la trasudación de la naturaleza de octubre en noviembre: ese mes se llama brumaire. El tercero del frío, a veces seco, a veces húmedo, que se hace sentir de noviembre en diciembre: ese mes se llama frimaire.

Los tres meses del invierno toman su etimología, el primero de la nieve que blanquea la tierra de diciembre en enero: ese mes se llama nivôse. El segundo de las lluvias que caen generalmente con más abundancia de enero en febrero: ese mes se llama pluviôse. El tercero de los chaparrones que tienen lugar, y del viento que viene para secar la tierra de febrero en marzo: ese mes se llama ventôse.

Los tres meses de la primavera toman su etimología, el primero de la fermentación y del desarrollo de la savia de marzo en abril: ese mes se llama germinal. El segundo de la apertura de las flores de abril en mayo: ese mes se llama floréal. El tercero de la fecundidad risueña y de la recolección de las praderas de mayo en junio: ese mes se llama prairial.

Los tres meses del verano, por fin, toman su etimología, el primero del aspecto de las espigas ondeantes y de las cosecha doradas que cubren los campos de junio en julio: ese mes se llama messidor. El segundo del calor al vez solar y terrestre que incendia el aire de julio en agosto: ese mes se llama thermidor. El tercero de las frutas que el sol dora y madura de agosto en setiembre: ese mes se llama fructidor.

(…)

Los sacerdotes habían atribuido a cada día del año la conmemoración de un pretendido santo: ese catálogo no presentaba ni utilidad ni método; era el repertorio de la mentira, de la estafa o del charlatanismo.

Hemos pensado que la nación, después de excluir esa multitud de canonizados de su calendario, debía encontra en su lugar todos los objetos que componen la verdadera riqueza nacional, los dignos objetos, sino de su culto, por lo menos de su cultura; las útiles producciones de la tierra, los instrumentos que usamos para cultivarla, y los animales domésticos, nuestros fieles servidores en esos trabajo, animales mucho más preciosos sin duda, en los ojos de la razón, que los esquéletos beatificados, sacados de las catacumbas de Roma.

En consecuencia, hemos guardado por órden, en la columna de cada mes, los nombres de verdaderos tesoros de la economía rural. Las semillas, las pasturas, los árboles, las raíces, las flores, las frutas, las plantas están dispuestas en le calendario, de tal manera que el lugar y el número que cada produccíon ocupa está precisamente el tiempo y el día en el que la naturaleza nos lo regala.